El tarot y el regreso a mi misma
¿Quién me trajo de nuevo a mi eje? ¿Fue El Carro o El loco? Tal vez atravesé la muerte y por eso pude regresar.
Lo cierto es que para el viaje de vuelta tuve que retornar a mi adolescencia, a la época en la que iba al colegio secundario y vivía en la casa de mi mamá. En ese tiempo- mágico- una tarde paseando por el centro, en una histórica librería de calle San Juan, hoy devenida en pizzería, compré mi primer mazo de Marsella y el libro que lo acompañaba, y así volví al hogar materno.
Al principio me sentí abrumada por tanta información nueva, desconocida, oculta, secreta. También maravillada por los colores, dibujos y detalles de los arcanos. Superado el impacto inicial llegó el disfrute, el momento especial de todas las tardes donde me encerraba en mi pieza a analizar las cartas hasta que mi mamá me llamaba para cenar. Y por entonces todo tenía la plenitud de El Sol.
Luego vino el comienzo de la adultez y con ella todo el peso de la racionalidad, La Torre desmoronándose para ser construida otra vez, muchas otras veces. Y en esos cimientos nuevos no hubo lugar para lo esotérico, entre tanta Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Marx y epistemología, el tarot quedó en la sombra. El Diablo hizo lo suyo y llenó de dudas y ponzoña la relación con el tarot.
Y por un tiempo largo le perdí el rastro. Guardé las cartas muy bien guardadas para ser digna de tener una vida académica, ya que ellas no se ajustan a ningún a canon, luego si las regalé no sé a quién fue, ¿las tiré?
Varios años después, una noche cualquiera soñé las cartas y sobre todo el placer asociado a ellas, y entonces las extrañé. Mucho. Muchísimo. La Rueda de la Fortuna que en todo este tiempo no había dejado de girar mecánicamente fue accionada manualmente por mí, en un acto consciente que me llevó otra vez al encuentro con el mazo.
El rol clave lo cumplieron mis amigas, siempre curiosas, siempre trayendo sus Estrellas. Empezaron a preguntar de qué se trataba, a pedir tiradas, y yo empecé a compartir y así las lecturas se hicieron infaltables en las juntadas. Y así volvió la magia.
Con el tarot en mano las conocí en un nivel más profundo, descubrí cosas de ellas y por lo tanto de mí misma, me dejé sorprender sin sobre analizar, simplemente disfrutando como disfrutaban ellas. Ahora pienso en las cartas como un diálogo sincero con otras personas, un juego donde vamos llenando de significados los significantes.
No siempre estoy con este oráculo al alcance de la mano, no lo consulto diariamente, pero sí estoy conectada con su energía, me fascina buscar analogías de los arcanos en objetos simples y cotidianos, ver cómo ciertas formas sobreviven a la ferocidad de lo descartable y están donde menos pensaba: la tapa de un disco, una construcción, una pintura, un tatuaje, una asana, una foto, el logo de una marca y tantas otras cosas que seguro no alcancé a reconocer.
¿Cuántas veces damos la vuelta a la gran rueda del tarot? ¿Qué lo define? ¿En qué tiempo se mide? ¿En años, en Lunas, en viajes, en muertes? Como dice Liliana Bodoc, el tiempo tiene muchas ruedas, unas ruedas para las criaturas de corazón lento y otras para las de corazón apresurado, ruedas para las criaturas que envejecen lentamente y otras para las que se hacen viejas con el día. Un mismo tiempo son cientos de generaciones muertas para las luciérnagas y apenas un instante para las montañas.
En cualquier caso, espero que esta que soy ahora no olvide que los elementos están sobre la mesa de El Mago, esperando ser combinados, o dejarlos tirados allí para ser la loca, las fieras siempre están dentro de una misma, así como también el poder de controlarlas.
Romina Zapata
(el agradecimiento es para quienes escuchan sin juzgar)
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